30 de abril de 2011

“Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos de otros tiempos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza."

(Ernesto Sábato)


Le basta rociar el mundo con nafta para prenderle fuego a las ilusiones, pero ahí está ella para hacerle creer que la vida es esa posibilidad cierta de invertir las desventuras. Podrá perder la magia, ahogar cada una de las flores que decoran su jarrón, pero hay un instante, un relámpago que ilumina ese detalle que cambia el día para siempre. Como la tarde que arrojó arena a sus pies inventando una playa para que jugaran…a perseguir gaviotas… buscando un Juan Salvador.
De sus ojos le gusta la intención de sus manos, de sus manos la manera de poner sus pies sobre la tierra y de la tierra la vez que plantó un naranjo para que su pelo oliera a azahar.
A su sonrisa le devolvió la confianza logrando corregir los pasos que estaban por derribarlo -a veces es necesario creer en alguien para seguir- y él creyó en ella cuando la miró a los ojos y ya nada importaba, y menos el malestar de su alma que fue quedando de lado.


Le queda la herida de esa bala de plata, colgada del cielo, que alguien disparó en algún descuido apasionado, y que un borracho llamó luna mientras olvidaba su amor para siempre.
Le queda el dolor a la vida, en esas madrugadas en que va perdiendo de vista su cara, mientras se deja atropellar por las calles que buscan peatones aturdidos. Pese a todo ella sigue ahí, improvisándole charcos que le devuelvan su rostro y la fe.


Haciéndole creer que algún día, la moneda caerá de su lado.