11 de noviembre de 2011

Porque de pronto sobran los barcos, los andenes
y de pronto este rumbo ya no tiene sentido.
Amor, me quedo sin decir tu nombre…

Armando Tejada Gómez


Entonces pensó...
Tal vez si no hubiese ocurrido no nos hubiéramos perdido. Se que pasará tiempo. Que el tiempo es un viento que arrasa y erosiona. Que no volveremos a vernos y que el día que lo hagamos ya no seremos los mismos.

Pensó en eso continuamente, en el día que todo cambió. Se preguntó si valió la pena o existía otra opción. Era algo que sólo podía suceder de esa forma, era esa clase de amor que late 1000 veces por minuto, como el corazón de un canario o un colibrí. Sin embargo había nacido para morir, porque las pasiones, como las abejas, no sobreviven después del aguijón. Y la felicidad es tan frágil que a veces hay que apartarse para no destrozarla.
El escaso tiempo no hizo que fuera pasajero, las medidas del amor se miden por metros de profundidad y no por días o minutos. Y ella le provocó un pozo, como esas torres de petróleo que son el punto de partida de tantos derivados.
Y ahora pretenden olvidarse, como si eso de borrón y cuenta nueva les permitiera esfumarse como por arte de magia. Creo que los grandes amores están destinados al fracaso.
Por cierto motivo, que ignoro, presiento que pase lo que pase ellos seguirán unidos. Por una luna o un río, por un silencio o una explosión, pero seguirán uno dentro del otro como esos cubos encastrados. Y la distancia, no será más que una palabra y mucha saliva tragada, porque los nudos de garganta no se desatan con apartarse.
Ellos necesitan llorar para seguir riendo. Sólo que a veces prefieren despertar en otro mundo.


O tal vez prefieren rendirse, 

 antes que extrañarse.