7 de febrero de 2010


Era una niña, luego una mujer, siempre de hombros pequeños, sueños abultados, espíritu complejo y manos vacías,
Podría haber roto con el rigor o quedarse allí, eso la definiría por el resto de su vida. De eso estaría hecha, como la madera de los árboles. Pese a todo optó por la reverencia. Tuvo la oportunidad de enmendar su historia, pero no quiso provocaciones. Permaneció como los topos, oculta en su madriguera, y al ver la luz, no supo de qué se trataba. Murió de vieja y de tristeza, con deseos de pecar, con intenciones de palpar algún marinero de puerto o algún peón. Murió con la piel intacta, los pechos sin huellas, las piernas selladas, la boca cerrada.

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